Un capilote, un mostajo y una peña en el horizonte.
Árboles que hacen bosques, bosques que hacen paseos.
Una tarabilla, una pega o un halcón.
Un mastín y un carea compitiendo.
Una oveja recién parida, un hispano-bretón o una vaca poblando praderas verdes.
Un río de aguas frías y cristalinas, una trucha suspendida en el aire, una nutria y una garza en busca de su sustento.
Un corzo que se asusta, un rebeco que dibuja las peñas, un oso pardo que te huele en la distancia.
Unas galochas, unos pantalones raídos y una boina a medio encajar.
Unas manos abiertas de dedos reumáticos, una tez morena de aires frescos y solana, un poblador que no tiene con quien conversar, un hogar que calentar, unas brasas que atizar, un pote y unos embutidos que degustar, una noche que realizar y un sueño que cumplir.
Unas tierras verdes y grises teñidas de blanco en los inviernos, una nube velando la montaña, un olor a tierra mojada, un viento fresco en las mejillas.
Una provincia que enseña nuestras raíces que, cada vez más, son sus heridas.
Un paisaje en busca de paisanaje.
Esto y un infinito más son nuestras tierras rurales de León.
Una arcadia que se desvanece lentamente.
Esta es nuestra vida, nostr@s sus poblador@s y por ello hemos de pelear.
Un ladrido pausado de mastín que se acabará convirtiendo en un rugido de León.